Creación y Dirección Julia y Lucía Chaktoura

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22/4/11

Historia del zapato femenino

Un largo camino han recorrido los zapatos a través de todos los tiempos. Se pueden rastrear hasta 10.000 años antes de Cristo, al descubrirse, en un glaciar en el límite entre Italia y Austria, un cuerpo congelado en perfecto estado de conservación, que llevaba puestas unas botitas de cuero, con la piel hacia adentro y rellenas con líquenes que protegían del frío.
            Cada época tuvo lo suyo; por moda o necesidad fueron creados los zapatos que la técnica y los conocimientos del momento, permitían.
            En Egipto, el calzado se consideraba símbolo de poder y mando. Las mujeres de la corte del faraón, usaban sandalias confeccionadas con papiro o fibras de palmera. Los pobres —desde luego— iban descalzos.
            Las chinas vendaban fuertemente sus pies contradiciendo a la naturaleza, para que no les crecieran; de tal manera, los pies, cuanto más pequeños, eran una fuente de codicia erótica y merecían una más ventajosa unión matrimonial. Y esos pequeñísimos pies calzaban unos zuecos con plataforma que obligaban a un desplazamiento sinuoso y ondulante.
            Los griegos, inventores del teatro, crearon los primeros tacos altos para elevar la altura de los actores, pero las damiselas usaban sandalias de cuero crudo que se trenzaban alrededor del tobillo y las piernas, hasta debajo de las rodillas.
            Las mujeres romanas adaptaron el modelo griego y le agregaron color al cuero: rojo, amarillo, verde y blanco. Algunos diseños actuales —como las guillerminas—, se inspiran en el calzado del siglo V, como los encontrados en los mosaicos de la Catedral de Ravena.
            Caminar por calles de tierra y piedras con tan precario calzado, debe haber sido sumamente incómodo. Por eso, la creatividad de los talabarteros y costureras fue aguzando el ingenio para complacer a su clientela femenina, que se quejaba de tales inconvenientes.
            Es así como, en el siglo XII, se logra dar forma diferente al pie derecho del izquierdo, y en el siglo XIII aparece la suela.
            La industria del calzado avanza y en 1272 se establece el gremio de los zapateros, uno de los primeros reconocidos en Inglaterra. El cuero que utilizaban —procedente de Córdoba, España— era de excelente calidad y estaba decorado a la manera del guadamecil árabe. Por eso, utilizando una deformación de la palabra Córdoba, a estos zapateros se los llamó corwainer.
            A fines del siglo XIV, los zapatos eran en punta y se rellenaban con pasto o con pelo para obtener un andar más blando. Para ese entonces se habían suplantado las tiras y nudos como estilo de sujeción, por hebillas y pasadores.
            El Renacimiento trae aires de cambio y se impone el calzado más ancho y las telas de colores.
            A partir de 1540, las puntas redondeadas y los materiales lujosos fueron la moda obligada que sólo podían seguir las mujeres adineradas, ya que las telas tenían poca duración y había que renovar calzado muy seguido. Fabricio, el zapatero personal de María Tudor, le confeccionó en 1554, cerca de cincuenta pares de zapatos de terciopelo, estilo zapatillas de baile, botitas y chinelas forradas en seda roja.


            En la literatura tradicional, el calzado tiene un significado simbólico. Antes de 1900, los pies de las damas eran sinónimo de castidad. Para muchos, el pequeñísimo zapato de cristal de La Cenicienta es un emblema de virginidad. El gato con botas, El Mago de Oz, La zapatera prodigiosa y tantas otras fábulas y leyendas, atribuyeron al calzado poderes mágicos. ¿Quién no recuerda el dramático final de Vicky, la heroína de Las zapatillas rojas, una bailarina que no puede controlar su calzado de baile y termina atropellada por un automóvil?
            En un artículo insólitamente dedicado al dedo gordo, el escritor George Bataille comentó el papel que en España desempeñó el pie femenino durante el siglo XIX: “El simple hecho de dejar el pie calzado fuera de la falda era considerado indecente. En ningún caso era posible tocar el pie de una mujer, siendo ese hecho más grave que ningún otro.”
            Pero es justamente a finales del siglo XIX cuando el acortamiento gradual de las faldas produce una explosión de creatividad en los diseños y materiales de confección del calzado femenino. Es allí cuando deja de ser un simple elemento para cubrirse los pies y caminar sin lastimarse y se convierte en un artículo decorativo y hasta de seducción.


            El siglo XX liberó al pie del pudor y los zapatos femeninos asomaron su empeine bajo las faldas. Las cocottes de París impusieron los zapatitos de cordobán abrochados, las botitas rusel de distintos colores y las polacas, de taco muy alto, con una caña que llegaba a la media pierna, que solían tener veintidós botones y formaban parte de la vestimenta exigida por los libertinos junto a la lencería negra y el pelo suelto.
            La Goulue (la golosa), conocida bailarina del Follies Bergère y modelo de Toulouse-Lautrec, impuso una moda que hizo época: obligaba a su amante, el Gran Duque Alexis, a que bebiera champaña de su zapato.
            Entre 1906 y 1914, en la Argentina, Madame Paquin pone de moda los zapatos para bailar tango, de color naranja y con tacones. Al mismo tiempo, se acorta la pollera de manera dramática.
            Si bien los tacos altos y las plataformas de hasta 70 cm —como los chadines de Venecia del Renacimiento— hubo en todas las épocas, el taco más femenino y seductor de la historia es el “aguja” que nace de la mano de Dior en los 50 y obliga a los fabricantes de medias de seda a inventar el complemento ideal, que haría temblar de pasión a los señores de la época: las medias con talón en punta y costura realce.
            Marilyn Monroe decía: “No sé quién inventó los tacos altos. Pero todas las mujeres le debemos mucho a esa persona.” Y era cierto; gran parte de su erótico contoneo de caderas se debía al andar con tacos de diez centímetros.
            La industria del cine no dejó de explotar el fetichismo del calzado, y cuando Luis Buñuel eligió zapatos con hebillas cuadradas de plata para Catherine Deneuve, que era la protagonista de Belle de Jour, estaba enviando señales muy claras que simbolizaban la doble vida de la mujer de la historia —dama de día y cortesana de noche—, dado que las hebillas son usadas tanto por los mozos con librea como por los altos mandos eclesiásticos. Y Federico Fellini hace que, en su película La dolce vita, Anita Eckberg, en su papel de libertina, arroje sus zapatos a la Fontana di Trevi.
            El arte no quedó exento de la atracción que provoca el calzado femenino en los hombres. Salvador Dalí prefería a Gala desnuda, pero con zapatos. Ese fetichismo lo plasmó en una obra que consiste en un zapato de taco alto en cuyo interior hay una copa de leche.
            De cuero crudo, de tela, bordados con hilos de oro, con tacos o sin ellos, recamados con pedrería o lisos... los zapatos femeninos han pasado por todas las modas y todas las tendencias. Sin embargo, siempre queda algún detalle nuevo para el asombro y la seducción.
            Y así continuará siendo, para beneplácito de damiselas y de fabricantes de calzados, a menos que el avance del efecto invernadero transforme nuestro mundo en un desierto de arenas imposibles, regresando así —¡Dios no lo permita!— a primitivas costumbres, que obliguen a las mujeres a caminar descalzas.


Julia Chaktoura

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